sábado, 22 de agosto de 2009

La tristeza: cálida y naranja

La tristeza inevitable se mantiene infatigable sin cambiar el sentir de aquel “ser” que tiene en sí la ineficiencia de la imperfecta debilidad.

Cada vez es más la desesperanza que incapacita a la alegría y mata a la felicidad. La equilibrada existencia desaparece entre paredes que aíslan al “ser” de la galaxia.
Mientras más se aleja la felicidad, es más deseada; y mientras ésta es más cercana, más se extraña la tristeza que es la palabra llena de belleza cálida y naranja.

Alimentar al alma es difícil al sentir la calabaza en la garganta cada día de la vida. Sin saber que pasa, la insensatez mata y el presente nada tiene para dar. Mientras que la gente entiende nada de la débil flama de la vida que se apaga, el “ser” intenta hallar la salida para dejarse llevar hasta llegar a la esperanza para crecer y trascender.

Para que el ave empiece a aletear sin que nada salga mal, el alma y el “ser” deben caminar de la palma y avanzar. Pisada a pisada seguirá, el ave que tiene en la cara la lagrima que refleja la tristeza inmaculada. La tristeza que amigable se mantiene decidida a quedarse en el “ser”, sin negarse a abrirse a la galaxia para seguir y mantenerse en la belleza de ser la naranja y cálida palabra.

jueves, 20 de agosto de 2009

domingo, 2 de agosto de 2009

El placer de simplemente mirar



Los placeres momentáneos, intrascendentes y, como algunos dicen, mundanos son los que dotan a nuestra vida de un chispa que nos saca de la cotidianidad y nos mueve a seguir adelante en un enorme lago de aguas apacibles. Claro está que no todos permanecemos estancados e inmóviles pero cada vez es más difícil remar para provocar ondas en las aguas quietas.

Sin embargo este tipo de placeres superficiales quizá hasta vanos y frívolos vienen a provocar en nosotros un sinfín de emociones, calores o pensamientos. El goce puede estar en comerse un gran trozo de pastal de chocolate o por otro lado comerse un gran bocado de amor casual sin más compromiso que el acuerdo mutuo. Pero en cualquiera de estos deleites se inmiscuyen todos los sentido pero, siempre, uno en especial.

Hasta hace pocas semanas no conocía lo increíblemente excitante que puede ser ver y sólo ver, no tocar ni oler, nada de besar ni morder. El sentido de la vista puedo llevarnos lejos si un agente externo lo incentiva. Bastará decir que nos sólo las artes visuales pueden brindarnos placeres, sin duda, más duraderos del que me voy a referir ahora, mismo que de artístico y cultura no tienen pero nada.

Siempre he pensado en lo grotesco y morboso que resultan los strepers, ya sean estos femeninos o masculinos; sin embargo la última y única experiencia cercana a esto cambió mi perspectiva. No se trata sólo de ver un cuerpo masculino, digamos, bien modelado, bronceado y cuidado; se trata de la libertad lujuriosa que adquieren las mujeres durante casi una hora de show. 50 o 60 minutos donde se permite toda clase de expresiones groseras, picaras o mal intencionadas hacia un hombre que es visto como una cosa, una cosa más que linda, deseable, acariciable, tocable.

Mientras observaba como el señor, se iba despojando de sus ropas y accesorios al bien escogido ritmo del reguetton, mi cara sentía el calor que poco a poco me bajaba del cuerpo. No podía gritar como las otras pero sin duda la alharaca me iba envolviendo en un estado de estupefacción único; sólo tenía ganas de reírme a carcajadas y no perderme ni un sólo instante de lo que estaba viviendo y viendo.

Las luces hacían vibras aun más las emociones, luces que como flashs de cámaras fotográficas me mostraban los movimientos impúdicos de una Adonis criollo. La mejor parte fue cuando el muchacho, lejano a contemplaciones y restricciones, toco, alzo, beso y acaricio a la próxima novia. Uyyyyyyyy ese fue el placer de mirar y lanzarse dementemente al goce morboso de la admiración de un envase humano.

Experiencias como estas tan banales y sin trascendencia, nos dejan en esos momentos de goce que lejos de ayudarnos a crecer nos distraen y hacen menos monótona nuestra rutina.